sábado, 21 de marzo de 2009

Visitantes del Jardín

Tenía seis años y estaba tranquila jugando en el jardín. Me llamó por mi nombre una voz masculina rara, profunda, salí a la vereda: una joven delgada me miró con una sonrisa breve y se quedó allí, de pie, de frente a mí. Pude ver dulzura en su mirada. En seguida, un estruendo atroz nos asustó a todos en la calle Mioja: un camión desvencijado con su carga vacía y sucia se apostaba frenta a mi casa: el conductor descendió, dio un portazo a su cabina y me encaró:
-Soy el distribuidor de padres, agarralo que me tengo que ir, nena. -Reconocí la voz rara.
-¿Qué?
- Que ése que está ahí -señaló con su dedo y vi que no estaba vacío, en el piso arenoso yacía un hombre moreno atado- es el último y me vuelvo con mi patrón, firmá acá. Sacó una planilla arrugada, la apoyó contra una madera maltrecha con olor a lluvia.
- No sabe escribir todavía -me excusó la joven antes de que yo abriera la boca.
- Bue, da igual...- giró el cuerpo y gritó hacia el tipo atado: ¡Bajate de una vez ya demasiado paseaste todo el día!
El hombre se apeó desatándose solo las sogas de sus tobillos, el camión desapareció sin más. Lo más extraño es que el conductor me dijo que en veinte años volvería por él. El desatado se fijó en la joven y yo me hundí corriendo en mi casa.
Encontré a mi abuela en la cocina.
- ¿Quienes son esos que están ahí? -le pregunté señalando con un palito hacia la ventana. Ella atravesó el comedor y movió las cortinas.
- Tus padres, hijita, tus padres...
- ¿Qué? ¿Para qué? -Ella volvió a revolver la bagna cauda pero su cabeza parecía estar ocupada.
El aroma a anchoas me llegó desde la olla: que exquisitez... nadie entre todos los piamonteses de mi pueblo hacía la bagna cauda como mi abuela Magui.
La abracé por la cintura, lagrimeé.
Me mandó a preparar la mesa y nos sentamos a comer. ¡Qué felicidad! Nada más rico que aquella comida que atraía a vecinos y parientes a la casa de mis abuelos.
-Lavate las manos antes de comer, Marianita, después vemos qué hacemos con los de afuera.
-Sí, abuela. - Con que vos estés bien, basta, pensé y comencé a mojar el pan en la crema.