jueves, 1 de diciembre de 2011

Regreso

Tantos árboles preñados de flores. Verde manto de billar, tanta vida.  Algunos niños juegan en el mismo parque en el que nos enamoramos, hace más de veinte años.
En las torres, las mismas oficinas inhiben las mismas pasiones, ahora bajo el maquillaje que confiere la vejez.
Confío en que aquella señora va al mercado bajo la misma cúpula celeste del día que te amé.

He regresado.

lunes, 3 de octubre de 2011

SABELOTODO

Las chicas vienen a nuestra oficina siempre de a cuatro. En "yunta" como dirían en el campo. Si no es Jenifer con su novio es Gisele con un amigo, siempre diferente, pero igual.


Los cuatro saben todo, desde trigonometría hasta cómo hervir el agua para el café, de cabo a rabo.

Nosotros somos empleados veteranos, viejos, el más joven tiene veintitantos años de antigüedad y pocas ganas de que lo fastidien chicos recién ingresados.

Pero a ellos no les importa: se apostan detrás de nuestros monitores, se matan de risa con nuestros trabajos, auténticas rutinas de muchos años y nos quieren cambiar el mundo en dos plumazos.

Discute al jefe más jerarquizado hasta por la forma en que armamos las planillas de personal y hubo que cambiarles hasta el color de cada línea.

Ahora Gisele está embarazada.

Gracias a la ley que marca licencia por maternidad, nos salvaremos por tres meses de sus sabias visitas y de sus palabras dogmáticas.

domingo, 30 de enero de 2011

Tilingos

Entró mascando chicle y no paraba de hacer rulos con sus cabellos con una birome. No tendría veinte años y varios "piercings" y tatuajes estropeaban su cara y brazos. Miró mi living y comedor con indiferencia, sin que el sonido de la goma de mascar dejara de escucharse en la casa silenciosa.
-Mañana vuelvo, eh? O la van a llamar en 72 horas de la empresa para coordinar cuando vienen a colocar las alarmas...-Remató. Lo miré muda.
Estuve toda la semana en  casa esperándolos, para que me manden el viernes a un pendejo* desaprensivo e insolente que vino solo y sin la más mínima gana de trabajar.
Atravesó el jardín apurado, mientras otro secuaz de la misma calaña lo esperaba en un auto viejo y vencido por la tierra estacionado a más de un metro del cordón de la vereda.
Mis vecinos miraban el extraño cuadro de situación sin saber de qué se trataba. Yo tampoco entendía nada.
Han pasado más de dos semanas sin tener noticias del tilingo ni de la empresa de seguridad, eso sí, los restos de su chicle descolorido quedaron como recuerdo indeleble sobre la reja del jardin.

*Pendejo: joven, adolescente.