lunes, 20 de septiembre de 2010

MI VIDA SIN NACHO

Mi vida sin Nacho – día 1

Acá estamos, en el cantero de avenida Freyre. Yo lo miro y él parecería que me mirara. Te tengo que llevar y dejar, con gente desconocida en un barrio desconocido, pensé.

Me subí y marché con tristeza. Llegué a un taller y se lo dejé al señor Hugo no sé qué... empecé a caminar despacio hacia el este, atroz.

Ya casi no recordaba lo que era caminar. Después de varias cuadras, me "dio bolilla" un remís al azar. ¡Cuatro pesos por seis cuadras! Papo, un compañero, me prestó dos porque el remisero no tenía cambio.

Pablo me vino a buscar a las diez. ¡Qué feo pasar las "montañas" de Catamarca y Av. Freyre en moto! Con mi Nachito nada es igual: tan suave se desliza sobre los baches, con sus asientos cómodos como sillones de primera clase.


día 2

Hoy anduve toda la mañana de taxi en taxi. Desde casa a boulevard, de allí al centro, el bolonqui del tránsito, estos tipos que nunca tienen cambio, todo enredado. De última le tuve que pedir dos billetes de cinco a la farmacéutica de la esquina o el taxista me agarraba a trompadas.

Al mediodía comí con rabia y Pablo me llevó a la oficina. Se me enredó todo el pelo que cuido tanto, parecen nudos en las puntas y así me ven llegar mis compañeros. Tanta plata gastada en Elsève al "divino botón".
Con este sacón de piel no se puede andar, voy a tener que ponerme una campera vieja para enfrentarme al viento.
Durante la tarde no pude firmar salida para ir a ningún lugar, sin mi Nachi no es igual, ni loca me enredo en los problemas de los taxis. Me siento secuestrada en mi propia jaula.
Por la noche tuve frío en la moto, Pablo no entiende porque está más acostumbrado. Horrible.


día 3

Por suerte esta mañana no tenía la obligación de salir, sólo me bañé, comí y lo de ir al supermercado quedará para el fin de semana cuando Nachito vuelva a mi vida. Cómo extraño a mi nene: con su pinturita roja y olorcito naftero. ¿Qué le estarán haciendo? Esta tarde lo llamo al tal Hugo no sé qué por si se complicó algo, salgo corriendo y le quito a mi Nacho.
Dice el hombre que no me preocupe, que no hay nada raro y que el viernes estará listo, señora, como acordamos. Él no sabe lo dura que es la vida sin Nachitus.
Salgo con una campera celeste viejísima y la cara lavada, parezco Cecilia Roth en un capítulo de Mujeres Asesinas en el que hacía de desquiciada.
Cada vez que veo un Gol rojo parecido a mi bebé se me hace un nudo en el corazón. Temo lagrimear en medio de la calle.
Tengo nostalgia de escuchar su ruidito al arrancar.

Esta vez el regreso en la moto fue más suave, luego de una discusión en la que dejé claro que de haber nuevos excesos de velocidad, me tiro de un salto. Me volví a despeinar ya que olvidé atarme el pelo que ahora parece peluca de espantapájaros.

día 4

Otra vez tuve que ir al centro, con la diferencia de que anoche logré hallar algo de cambio y guardarlo exclusivamente para los taxistas de hoy. Del calor de la chapa de esos autos negros y el enredo del tráfico céntrico no me salvé. Horrible. Para peor con las bolsas que llevaba, casi me olvido la cartera en el taxi de vuelta a casa ¡Puf! ¡Cómo te extraño, amado mío! ¡Cuando nos reencontremos todo será una fiesta!

Estuve tan nerviosa que debí bañarme de nuevo. Comí apurada y Pablo me trajo a la oficina, pero por fin recordé atarme el pelo, un lío menos.
Mañana mismo busco a mi Nacho, esté o no esté listo.

día 5

No salí en toda la mañana, presa en mi cautiverio domiciliario,  desde el balcón veo a toda la gente pasar feliz con sus autos, motos o bicicletas. Por humilde que sea el medio de locomoción, igual me despierta cierta envidia.
Después de comer me peiné hacia atrás y até con cualquier piolín. La campera vieja y a subirse a la moto. Último día. Pablo se ofreció para buscarme, no, sorry, hoy vuelvo manejando mi Nacho ¿cómo puede olvidarse? Para mí, es día de gloria.

El taxista que me llevó a barrio Roma me fajó: ocho pesos por menos de un kilómetro, pero todo sea por recuperar a mi querido autito: entro, lo veo... y quedo hipnotizada: está brillante, lo pintaron y enceraron, su perfume ha cambiado, huele a barniz y flores frescas de la mañana. Se me paralizaron las piernas en el largo pasillo de la entrada del taller chapista. Cuanta emoción, bienestar, júbilo...

Puse sobre la palma de la mano del tal Hugo no sé qué, el dinero suficiente como para que me devuelva a mi nene. Le cerré tres puertas y el bául, ya que ninguno tenía seguro, y ¡al asfalto con Nacho! ¡Otra vez, esa felicidad, cuánto placer! Nunca las calles de barrio Roma me parecieron tan bellas.

Al volver, hice salir al balcón del trabajo a mis compañeros y mirarlo: ¡Qué hermoso te lo dejó! ¡Parece nuevo! Y otras ponderaciones hacia mi Nachín.

Y sí, somos el uno para el otro y nunca-nadie-más logrará separarnos, pienso por la noche  bajo la luna llena, mientras manejo de regreso a casa y siento su suave aroma a barniz.